sábado, 22 de julio de 2017

No, no es mujer.

¿Será que el hombre que gobierna la tierra lo hace de buena fe?
¿Que se acueste entre lo vulgar de la existencia para poder darle significado a esta y compartir aquel significado con los demás? Mediante chácharas y reliquias.
O quizá es que el hombre necesita de sus reliquias, que las reliquias son atestiguamiento de la humanidad misma y por ello deben ser resguardadas, estudiadas, veneradas como se venera a cualquier historia de los dioses creadores. La humanidad siempre ha existido, ¿no es así? Quien habría tocado la tierra sino el hombre? ¿Quien habría edificado las ruinas que ahora sirven para redimir los esfuerzos vanos de las civilizaciones, por preevalecer? Esfuerzos vanos, edificaciones vulgares. El hombre que gobierna la tierra es el mismo que se manifiesta en todo ser humano. El hombre que busca respuestas, que necesita de un pedazito de certeza para no caer hacia el precipicio de la incertidumbre. La incertidumbre es un gran precipicio. Dentro del cual caes cada vez más hondo.
Y si bien es cierto que el hombre es el animal que mejor se adapta a sus condicionantes, es el hombre quien construye para no tener que hacerlo. 
Y bien, ¿qué hay de aquel hombre? Acobardado bajo preceptos añejos que son tan frágiles como los petalos de una rosa envejeciendo en un jarrón. *Olor a rosas viejas* Y quizá aún más fuertes que la voluntad del hombre, pues sin ellos, aquella voluntad inequiparable, se reduce a un vacío inconexo. Aquel hombre se encuentra tan sometido a sus miedos que los llena con espejismos de realidades menos dolosas. De sentimientos menos ardientes. De miradas menos desafiantes. Así pues, los ojos, desde la distancia del pasado, son el lugar perfecto para narrar la tragedia de la humanidad. Para narrarla desde el nicho en el cual el hombre se creia invencible, para mostrar aquella inmortalidad en la trascendencia de su estirpe. Lo que hemos sido, y no lo que fuimos. Discurso hilarante para atestiguar la preevalencia humana, que necesita cazarse entre sí para darle sentido a su consternante existencia. Y necesita de significaciones para hacerla un tanto menos consternante. ¿Quien entonces impone aquellas significaciones? ¿Quien nos las ha presentado como fuente de vida; como orden? Un hombre arrogante. Que ha visto las tinieblas y no ha querido que todos los demás caigan a ellas. Ha construido leyes arrogantemente, ha entregado fórmulas para erradicar dudas que no tengan su debida respuesta. Ha dado orden. 
¿Quien entonces es aquel hombre? 

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