martes, 16 de mayo de 2017

Sobre Iapetus.

Desde aquí, te ves hermoso.
Desde aquí, tu voz me roza los labios y se enreda entre los risos que ya alcanzan a caer sobre mi cara.
No te sueño desde que tus sueños no van anclados a los míos.
Añoro tu presencia, que no llega ni en sueños.
Emprendo el cansado viaje hacia las lunas, nuevamente a buscarte.
A traerte de regreso, llenos de deseos.
Para alcanzar las lunas se pasa primero por el planeta rayado.
Y tomo necesariamente un par de días observando su atmósfera caótica, hecha tormenta o huracán.
Para alcanzar las lunas, no hay siempre un camino recto.
Pero se alcanzan.
Y a veces te encuentro, a veces me encuentro.
A veces regreso hecha trizas ante la idea de no volver a encontrarte.
De no lograr vislumbrar tu sonrisa entre la inmensidad del universo.
A veces regreso con los ánimos en alto.
Por haber logrado emprender aquel viaje, por haber podido regresar de él.
Hecha trizas, pero hecha algo que no era ayer.
Desde aquí, te ves sólo tan hermoso como siempre te vi.
Abrazando mis lunas, mientras me miras con tus ojos envueltos entre espesas pestañas.
Mis lunas y tu universo.
Tanto espacio en el espacio.
Tantas lunas en esta órbita.

domingo, 14 de mayo de 2017

Le taureau!

La virilidad del toro.
Es curioso saber que el toro representa todo lo que el hombre anhela.
O anhelaba quizá.
El toro, imponente.
Dócil ante la presencia de él, mi abuelo.
Que ya no puede ir a imponerse ante lo ancho de su terreno.
Limitado sólo por el pasar de los años, que nunca, han sido en vano.
Los días se los entregaba enteros a su campo, las mañanas iniciaban al brillar de la aurora.
La aurora que hoy llega cuando sea que llega.
Que se abre paso entre los campos que amanecen sin crujir bajo sus pasos.
El toro, único entre la manada, lo mira desde el olvido en el que lo ha sumado.
En el cual su estirpe crece sin la vigilancia del ojo sabio de mi abuelo.
Que cuidaba de su cría con la precisión de un calendario.
El toro, es un toro nuevo.
Ha sido intercambiado por el viejo campeón.
El toro viejo, que era cepillado por mi abuelo, alimentado de su mano.
Chato pelón.
Nariz de goma, mojada y tan rosada como el retoño del árbol del cerezo.
El toro viejo.
Que ahora va por la pradera con una manada que nunca ha estado bajo el mando protector de mi abuelo.
Que no conocen de sus llamados por el campo.
Que nunca han conocido la fuerza de sus brazos.
Ser alumbrado por sus ojos, es algo que nunca alcanzarías a olvidar, ni en otra vida.
El toro nuevo, ha llegado bajo el mando sordo de mi abuelo.
Que habla de su estirpe como quien habla de los personajes de una novela.
Su calendario hecho de recuerdos que va poco a poco pegando.
Recuerdos que llegan atrasados, corriendo por alcanzar a tiempo su lugar en aquel calendario.
El tiempo también corre empecinado.
Y mi abuelo, toro viejo que ha sido trasladado a otro campo.
Donde sus ojos son ventanas empañadas de tantos años.
Donde sus manos se alzan en señal a la respuesta que no alcanzan a decir sus labios.
Y donde su risa sigue haciendo eco en los oídos de quienes junto a él hemos reído.
Donde sus risas siguen siendo lo que a él me identifica.
Sus consejos sabios, rigen los cimientos de mi vida.
Toro viejo que vive fuerte.
Que cimienta a una estirpe entera.
Soy su carne; él, mi sangre.

viernes, 12 de mayo de 2017

Jessica uno.

De pequeña, creía que las olas del mar llegaban a nosotros con secretos de costas lejanas.
Que sus rugidos nos los entregaban encriptados y no cualquiera lograba descifrarlos.
Descifrarlos, consistía en repetir los rugidos, encontrar una secuencia o un patrón entre ellos que lograras vocalizar. Y una vez vocalizado, se desplegaban ante ti aquellos secretos de forma clara y precisa.
Creía que guardaban los secretos para revivir muertos, (dinosaurios muertos principalmente).
Que traerían consigo la apocalipsis de cual todos hablaban, desde sus trincheras bíblicas o evolucionistas. Porque el mundo era antes de nuestra presencia en él.
De pequeña, sabía lo insignificante que era nuestra presencia como especie sobre esta tierra. No era algo que escondiera de mi misma. Era algo que aceptaba y el fin de nuestra existencia sobre esta tierra era algo que era imprescindible en mi concepción de la realidad. Mi realidad se encontraba entremezclada entre cuentos Egipcios, entre las secuelas Jurásicas, entre el cientificismo al cual según yo, me mantenía fiel. Porque siempre se debe buscar en qué creer cuando tus creencias fueron pegadas con cinta adhesiva, cual collage.
Hoy, que mi realidad es tan blanda... Que se diluyen las palabras con la misma facilidad con la cual logran ser enunciadas, me siento como la misma niña que creía en poder hacer que los dinosaurios resucitaran. La misma que rezaba a los aliens para que me demostraran su presencia con un viaje intergaláctico. Soy la misma que admiraba con profundidad a su abuelo, quien siempre ha sido un hombre recto. Que ríe con ligereza y hace lo que le da la gana. Hoy, que veo cómo pesan los años, admiro con fuerza cómo ha hecho frente a la vida. Hoy que camina más lento y desconoce mi cara, que se ha hecho más reflexivo pero sigue riendo a carcajadas.
Pesar en resucitar dinosaurios y reír con mi abuelo crean en mi un cosquilleo, un sentimiento de triunfo ante la vida. De saber que la vida es finita, de sabernos aquí, sonriendo ante la imagen de mi abuelo riendo, ante la idea de una palabra exacta que resucite muertos.

viernes, 5 de mayo de 2017

La antesala.

Para poder hablar de las cosas de las que nunca hemos hablado, hacen falta docientos años de vientos aquietados.
Corazones hechos trizas, hortalizas que nunca dieron espiga y ríos que no alcanzaron nunca su salida al mar.
He soñado con tu cara, he despertado con tu voz.
Con tus cabellos al viento, con tu sonrisa delgada.
He visto en tus ojos el temor que se refleja en los míos.
El temor de hacerse, de irse haciendo.
Saber que hacerse es un acto inconcluso.
Que inicia pero jamás mostrará resultado.
Los resultados son efímeros.
Como tu voz en mis oídos.
Como mis palabras susurradas entre sueños,
Que jamás recordaré, que nadie jamás escuchará.
Para poder hablar de todo
Siempre hará falta tiempo.
Siempre harán falta charlas de vida y de café.
El temor de hacerse es algo que he heredado de esas charlas.
De esos cafés.
De los poetas, de los teóricos que hemos hojeado.
De tus cabellos,
De tu sonrisa, delgada.
Hay ríos que no alcanzan nunca su salida al mar.
Corazones que nunca se hacen trizas; aman, dejándose amar.

martes, 2 de mayo de 2017

Sonidos abruptos

Clavados en mis párpados que no ceden ante el sueño.

Hay mucho por escribir.
Noches enteras, congeladas.
Auroras asomadas de entre lo que parecen persianas.

Que quizá son solo alusiones.

Fabricadas a medias como todo recuerdo de infancia.