lunes, 1 de febrero de 2016

Cuento las horas. Una, dos, tres veces.
Las que sean necesarias, las que afirmen que estoy situado entre algo.
Que afirmen la veracidad de mi estancia en este globo terrestre, en este universo.
Cuento con los dedos, cuento con recuerdos que le dan un toque personal al tiempo.
Cuan cerca estoy de saltar por el borde.
He llegado a la orilla.
Camino sobre ella, la rondo noche y día.
Como linea.
Los recuerdos me hacen compañía en la infinita vuelta para regresar ahí donde inicié.
Me he vuelto adicta al tiempo, a malgastarlo, a darlo por hecho.
Lo he contado hasta decirme "experta".
En calcular segundos, milésimas.
Ésta noche, sin embargo, es diferente.
Hoy no he sentido correr al tiempo,
Yace ahí... frío, rígido entre mis dedos.
Lo he atribuido al clima.
Jodidamente frío.
No.
Es el tiempo, parece tener ganas de que salte por completo,
que deje de pensarlo.
Que grite como quiero, que corra desnuda por el hielo.
Sin preguntas;
pudor o hipotermia.
Lo quiero, lo he deseado y sigo sin dejar de quererlo.
Me he vuelto aquello que detesto, guardián del tiempo;
monotonía y aceptación de todo ello.